El perfume de la ciudad era tal y como lo recordaba, inmundo y cargado del olor a una muchedumbre sucia y sin apego por agua limpia…
Pero Vysarane no dejó que esos pensamientos la afectaran. Tenía muy claro qué había ido a hacer a la capital imperial, y ninguna de las distracciones que las calles de la gran ciudad ofrecían podrían alejarla de su objetivo.
—¡PECES DE LA EXTENSIÓN! —gritó a menos de dos metros un mercader.
Estaba en el corazón del distrito mercante, junto al río de la ciudad, y por el olor que desprendía, prefería mantenerse alejada… Pero eso la obligaba a pulular por todos los tenderetes y puestos que alzaban cada día entre las calles.
Para adentrarse al barrio noble tendría que esperar a la oscuridad, cuando era infinitamente más fácil adentrarse por las murallas interiores.
Vysarane ignoró el griterío y dirigió sus pasos hacia la puerta santa, donde había decidido probar suerte en unas horas, en la entrada más cercana a la universidad.
El ambiente de la capital, aunque caótico, no parecía desprender aquella inseguridad que había percibido en Ner, ahí sentía calma al verse rodeada de tantos ciudadanos, pero sabía de primera mano que aquello podía cambiar en un instante si una patrulla imperial decidía que su aspecto era sospechoso.
La joven caminó entre la marea de aldeanos y escuchó atentamente las acciones de los soldados cerca, el ruido que emitían las armaduras imperial hacía que fuese fácil evitarlos.
—¿Quieres frutas del interior? —se acercó una señora, que cogió la mano de Vysarane sin previo aviso.
—¿Cuanto cuestan las naranjas? —preguntó en un tono dulce.
—Una moneda de plata por seis. —Contestó la vendedora, mientras ponía una de sus frutas en la mano de la joven.
—Tienen buena textura… Está bien, una moneda de plata, pero quiero tocar las demás. —Dijo Vysarane, mientras recordaba el sabor de la fruta favorita de Kirstán.
Después de entregarle la brillante moneda, guardó el puñado de naranjas en su toga y comenzó a pelar una mientras seguía su camino entre las calles de Aben’dil.
Su sabor distaba de las naranjas que el sureño había conseguido en la ciudad mercante, pero agradeció el aroma cítrico, que camuflaba ligeramente el inmundo olor a suciedad mientras paseaba.
En el mismo bolsillo donde había guardado los frutos, tenía guardada la página dorada que Yarden había conseguido cuando se infiltró en el hogar de Tendriel, envuelta en un sobre de papel para evitar manchar su contenido.
Mientras comía los trozos de naranja, pensó en dónde podría conseguir el resto de páginas, pero había llegado rápidamente a la conclusión que la universidad sería el mejor lugar para probar suerte, mientras caminaba, la joven notó que se acercaba hasta la puerta santa mientras meditaba…
***
El resto del día transcurrió sin ningún percance, la joven estaba acostumbrada a oír ofertas de todo tipo de mercaderes, especialmente los que eran suficientemente sagaces como para ver su discapacidad desde lejos e intentar aprovecharse de ella. Pero había aprendido hace tiempo a comprobar si la estaban engañando o no, a menudo lo notaba solo con escuchar el tono de voz…
Pero mientras esperaba a que se hiciera de noche, logró mantenerse al margen de cualquier problema o mercader.
Cuando por fin comenzó a notar el frío en las calles más abiertas, así como la cantidad reducida de gente, Vysarane supo que el atardecer había llegado a Aben’dil.
La joven escuchó movimiento cerca de la entrada noroeste de la ciudad, y decidió disimular en la plaza que había justo enfrente.
Había escuchado el cambio de turno del centinela más cercano, apenas a veinte metros de su posición. Y la joven no pudo evitar reír para sus adentros al comprobar la poca atención que el hombre prestaba a sus alrededores; había esperado al menos una hora sobre una roca en forma de asiento, y todavía no se había percatado de su presencia.
Aquella parsimonia, junto a la impaciencia que había sentido durante todo el día hizo que la mercenaria decidiera actuar antes de que la oscuridad llegara, confiaba en su habilidad para burlar esas defensas incluso con la luz del atardecer.
Vysarane caminó con seguridad a uno de los callejones al costado de la puerta y se adentró por ellos al notar la poca gente que se aventuraba por el estrecho recoveco.
Cuando llegó al final, la mercenaria escuchó con atención, y buscó en las paredes un lugar donde poner su pie con sutileza, para subir a la cima de los edificios y encaramarse en la muralla, que no era tan gigantesca como las murallas exteriores de la ciudad…
Al encontrar un punto de apoyo solo con el tacto, la joven prestó toda su atención a la calle contigua, y comenzó a subir al no percibir la atención de ninguno de los habitantes.
Tan pronto alcanzó la cima se agachó para evitar mostrarse ante las personas que caminaban por las calles, y sintió el frío del atardecer cuando una gélida ráfaga de viento le llegó de lleno.
Vysarane no solo había prestado atención a la calle, también había buscado cualquier sonido metálico proveniente de arriba, sabía que los únicos que podrían estar en las murallas serían otros centinelas imperiales.
Nada más poner un pie en los tejados, se acercó en silencio hasta la muralla y apegó su cuerpo a ella mientras escuchaba…
Desde ahí oyó el leve paso de un soldado que caminaba en dirección contraria sobre el muro, y le dio la confianza necesaria para encaramarse a la fría piedra y saltar al otro lado con apenas un limpio movimiento, sin llamar la atención de ninguna patrulla abajo.
Al caer sobre la piedra, atendió a quienes estaban más cerca, y buscó cómo bajar de la puerta santa lo antes posible hacia el distrito noble.
Pero antes de poder descender, un soldado en la lejanía la vio, e hizo sonar un silbato que llevaba consigo, la mercenaria sintió la adrenalina de inmediato.
—«Mierda» —Murmuró mientras se obligaba a actuar.
Vysarane escuchó en apenas segundos a media docena de pisadas acercarse hacia la entrada, si no lograba huir la rodearían sobre aquel muro.
Entonces, otra ráfaga de viento la hizo escuchar el suave sonido de la paja moverse, el material que cubría uno de los tejados nobles enfrente.
Sabía que pocos eran los que empleaban aquel barato componente en tan noble barrio, pero confiaba en su oído, y tan pronto escuchó la paja mecerse, saltó hacia el tejado con la esperanza de que amortiguara su caída.
El salto era de casi cuatro metros pero la joven logró pisar la parte más suave, entonces notó como el techo cedió y se rompió con su peso, justo después sintió como se quedó atascada un corto instante.
En ese segundo, los soldados que la habían visto llegaron al mismo extremo del muro donde había estado y apuntaron de inmediato con sus arcos hacia la intrusa.
Pero Vysarane pudo sentir el sonido de las cuerdas tensas de sus armas, y se volteó en un instante para caer al lado del techo que podía proporcionarle cobertura, mientras sentía las flechas disparadas hacia ella.
—¡Intrusa! —Gritó uno de ellos, para llamar la atención de los transeúntes abajo.
La joven sabía que debía escabullirse cuanto antes, en apenas minutos aquellas calles se llenarían de imperiales ansiosos por encontrarla.
Cuando escuchó las flechas que los soldados habían preparado, la mercenaria se incorporó y buscó un lugar con su oído donde encaramarse velozmente para bajar.
Fortuitamente, aquel edificio contaba con múltiples vigas y cuerdas atadas que sobresalían de la muralla.
De un salto, la joven se agarró de una de ellas y bajó su cuerpo hasta un pequeño balcón que aquella extraña casa tenía, y se golpeó contra la madera que lo formaba.
La joven emitió un gruñido de dolor, pero se obligó de inmediato a incorporarse para seguir descendiendo, antes de que cualquiera de los guerreros del emperador alcanzaran la calle donde aparecería.
El segundo salto fue mucho más limpio que el primero, ahora había logrado agarrarse de un saliente, y justo después pudo soltarse para caer sobre los bloques de piedra que formaban el distrito noble. Una vez abajo sintió el agudo dolor del golpe contra el balcón, pero logró soportarlo para escapar hacia los callejones del barrio.
Cuando escuchó donde estaban los soldados que la habían visto esbozó una sonrisa, todavía seguían encima del muro.
Mientras se escabullía Vysarane pensó en la universidad, apenas estaba a unos minutos de ahí y con los centinelas en las calles, alertarlos había resultado beneficioso para sus planes…