Kinnel salió de su hogar, por primera vez en mucho tiempo miró el jardín que rodeaba el ayuntamiento de Senfel, las flores marchitas le recordaron al estado actual del imperio.
—¡Juran! —exclamó nada mas ver al joven, que estaba a punto de caer agotado en su puesto.
—¡Sí, capitán! —Disimuló y trató de ocultar el cansancio que sentía.
—Asumo que no has visto nada durante la noche. —Dijo el rebelde, mientras reía ante la reacción de su compañero.
—Lo siento, Kinnel. Me distraje un momento y…
—Tranquilo, por suerte para ti yo no pude pegar ojo… Pero intenta que no vuelva a ocurrir, pronto tendremos que andar con cuidado. —Agregó.
—Sí. —Asintió con firmeza, avergonzado—. No volverá a ocurrir.
El líder del grupo rebelde caminó hacia la vegetación y se perdió en el pequeño bosque ante el ayuntamiento.
Aunque debía pensar en todos los cambios que su pueblo sufriría a partir de ahora, Kinnel no pudo evitar recordar los últimos días de Uren y Bert allí, mientras meditaba si podría haber hecho algo de otra manera… Pero siempre llegaba a la misma conclusión, Uimir había elegido su propio destino al luchar por Frolic, aunque fuese una decisión tomada por la ignorancia…
Mientras se adentraba por los matorrales, la silueta de un joven de no más de diez años lo sorprendió, el pequeño joven caminaba lentamente hacia la población en solitario.
—¿Te has perdido? —le preguntó, era la primera vez que veía a ese niño pulular cerca del ayuntamiento.
—Estoy en el lugar indicado, no te preocupes. —Respondió con una sonrisa, y siguió su camino hacia Senfel.
Kinnel se extrañó, pero no era la primera vez que veía un pequeño así de educado. Una vez lo perdió de vista, decidió continuar su camino, solo quería llegar a un pequeño claro donde calmar sus pensamientos antes de comenzar el día.
Cuando por fin alcanzó el lugar que buscaba, el rebelde se sentó sobre una piedra gigantesca, capaz de sentar a otras cinco personas.
El líder de la ciudad dejó escapar un suspiro de alivio cuando logró un momento de descanso. Kinnel alzó la vista al cielo y miró las pocas nubes dibujadas en el firmamento.
De un pequeño macuto que portaba consigo sacó un trozo de queso, pan más duro que blando, y algunas muestras de chorizos y salchichones que había logrado comprar en el cada vez más insignificante mercado de su ciudad.
Entonces, mientras preparaba con una tranquilidad infinita su desayuno, el rebelde vio aparecer un cuervo que tenía un mensaje de papel alrededor de su garra.
—¿Qué traes tú ahí? —le preguntó al ave y se acercó con delicadeza para tomar el mensaje.
El cuervo miró al humano sin inmutarse, y solo reclamó su ansiada recompensa una vez Kinnel le quitó el mensaje.
—Toma, toma. —Le arrojó un pequeño trozo de carne, mientras desenrollaba el papel.
“Para Senfel.
Espero que seas tú, y no un miembro del imperio quién reciba esta misiva…”
El rebelde alzó una ceja y se echó un trozo de queso a la boca, antes de continuar.
“El capitán y comandante liderando Ner hasta ahora ha perdido la vida en un incidente, lamento no poder entrar en detalles, pero debo mantener esta misiva de carácter informativo dados los tiempos que corren…
Kinnel, si recibes esta nota, espero que vuestros futuros planes empiecen a dar sus frutos, los nuestros hace mucho que comenzaron a florecer…”
Kinnel supo en ese instante quién había escrito el mensaje, sin poder evitar esbozar una amplia sonrisa al comprender el significado de aquella misiva.
“Espero que tiempos tan prósperos como los que vendrán aquí lleguen pronto a dónde estáis.
Un caluroso abrazo,
Uren.”
Kinnel no pudo evitar incorporarse al pensar en cuantos días habían transcurrido desde que el líder mercenario partió, sin dar crédito a la velocidad con la que había actuado en Ner.
—Ese viejo chiflado… —Murmuró para si, mientras pensaba en cómo podrían imitar al astuto mercenario, en el borde del imperio.
Pero cuando pensó en todas las preparaciones que debían hacer suspiró y miró la misiva doblada. Todavía quedaba mucho trabajo por delante.
El rebelde comenzó a regresar hacia su hogar, e imitó durante un instante la parsimonia que había visto de Juran esa misma mañana…
—Te alcanzaré. —Murmuró para si, y caminó con renovada convicción hacia la ciudad, mientras pensaba en lo mucho que debía entrenar con sus hombres antes de combatir contra el emperador y su nación… Mientras pensaba en cómo quitarle aquella región al imperio.