Al día siguiente, después de abandonar la taberna, los mercenarios dirigieron sus pasos hacia la misma iglesia donde Vysarane estaba convencida que aparecerían las fuerzas de Tendriel.
Pero en vez de adentrarse, la joven les aconsejó esperar entre los arbustos frente a la capilla, dónde podía escuchar con claridad todo lo que ocurría.
—¿Estás segura que ese malnacido vendrá? —preguntó Uren, había escuchado lo ocurrido de la boca de los dos mercenarios.
—Dudo que a él le importe, pero si ha visto que su pequeña trampa se ha activado en pleno día, estoy segura que al menos hablará con Tendriel…
—…Y él responderá a la acusación del sacerdote… —Agregó Kirstán, mientras pensaba en el general imperial.
—Eso es lo que me preocupa, que responda. —Dijo Uren—. Espero por nuestro bien y el de Adur que no disponga de tantos soldados cómo Yarden cree. —Agregó y miró al miembro más joven del grupo.
—Yo solo vi las armas, no sé como de leales son los guerreros de Ner hacia ese general… —Contestó, sin dejar de observar el claro que rodeaba la iglesia.
—No importa si vienen diez o cincuenta, al escuchar el papel arder anoche, se me ocurrió cómo lidiar con todos ellos a la vez. Hoy luchamos por Helenia. —Dijo Vysarane, segura de sus palabras.
—¿Has avisado al sacerdote? —preguntó Uren.
—No, cuanta menos gente sepa qué estamos haciendo mejor… Además, si sus palabras eran ciertas, la iglesia habrá hecho que Tendriel no cuente con tantos soldados. —Contestó.
—¿Y si no aparecen?, ¿estaremos aquí cada día?—la voz de Yarden traía consigo un hilo de escepticismo.
—Vendrá, algo me dice que le gusta tener todo bajo control… —Respondió ella, mientras recordaba el encuentro que había tenido con el general años atrás.
La joven intentó disfrutar del calor que los primeros rayos de sol brindaban, calor que se reflejaba contra su rostro a través de los árboles… Mientras escuchaba a Adur, que ahora repetía su solitaria rutina en las afueras del convento.
—¿Oyes algo…? —preguntó Yarden.
—No, todavía nada. —Negó con la cabeza, quería mantener la tranquilidad del sacerdote durante el máximo tiempo posible.
—¿Qué planeas usar? no me preocupa plantar cara a una patrulla imperial distraída, pero después de lo ocurrido anoche en esa taberna, aunque sean pocos, dudo que sea el caso… —Preguntó Uren, con clara intriga por el plan de su pupila.
—No ha cambiado, todavía quiero usar la miel negra que sobró. —Contestó.
—¿Al aire libre…? —se extraño Kirstán.
—Tranquilo, después de ver su efecto tuve una idea.
Antes de que el grupo de mercenarios pudiera cuestionarla, Vysarane escuchó el sonido de la hierba aplastada en la lejanía, al menos una docena de guerreros caminaban hacia la iglesia, ya no había vuelta atrás—. Ya vienen. —Murmuró, un suspiro de incertidumbre invadió a sus compañeros.
—¿Cuantos? —preguntó de inmediato Uren.
—No más de quince. —Aseguró, mientras comenzaba a moverse hacia el sur, al camino que llegaba desde la población.
Vysarane caminó a toda prisa por la maleza, sabía exactamente por donde tenía que ir para evitar ser vista.
Al seguirla, el grupo comprobó que Vysarane había escogido el lugar ideal donde esperar, después de solo segundos, todos eran capaces de ver las fuerzas imperiales desde el lindero sin atraer su atención.
Los mercenarios contuvieron la respiración y observaron las acciones que Tendriel y su séquito tomaban ante la iglesia…
—Lo único que lamento es que ese idiota siempre madrugue como un enano… —Murmuró la joven, sin dejar de oir la respiración de Adur, cada vez más acelerada; él también había divisado la patrulla…
Pero sabía que un grupo de soldados no bastaría para amedrentar al siervo de las dos lunas.
—Buen día, caballeros. ¿Qué os trae a la casa de las diosas? —alzó la voz, podía escuchar como el sacerdote miraba atentamente al grupo enemigo.
—Sabes perfectamente qué nos ha hecho venir al alba hoy, sacerdote. —Tendriel contestó con desdén y arrojó la misma nota que Vysarane había colocado en la habitación de su súbdito el día anterior.
Adur cogió el trozo de papel entre sus manos y leyó el corto fragmento en voz alta.
—Ah… —Se limitó a decir cuando terminó, un largo silencio se formó a su alrededor por lo que pareció una eternidad—. ¿Acaso las palabras de esta nota son inciertas? —Agregó finalmente, y enrojeció de ira al general imperial.
—Cuidado con lo que dices, Adur, podría cortarte la lengua por esas palabras.
En la distancia,el grupo de mercenarios se comenzó a alterar ante el inminente derrame de sangre.
—¡Debemos actuar!, ¡antes de qu…! —Kirstán intentó contener su voz.
—Todavía no, espera. —Lo detuvo Vysarane, mientras escuchaba con una frialdad inhumana cada palabra del sacerdote y Tendriel.
—Tú habrías de vigilar esas palabras. Yo ya he hecho las paces con las altísimas, tarde o temprano, todos esperamos su sentencia, y si no me equivoco, la tuya es bastante severa… —No podía verlo, pero supo que Adur había esbozado una malévola sonrisa al comandante.
—¡Prendedlo! —ordenó Tendriel, sin soportar un instante más las palabras del clérigo.
Entonces, Vysarane arrojó desde los matorrales media docena de saquitos de cuero con una precisión aterradora hacia el grupo de imperiales.
—¡No avancéis todavía!, os afectará a vosotros también. —Exclamó.
—¿Qué?, ¿con esa cantid… —Las palabras de Kirstán fueron ensordecidas por múltiples explosiones que llenaron el patio exterior del convento en una nube de partículas, Vysarane había empleado la miel negra y el polvo que encontró en la habitación de Uryon para crear un mortífera combinación.
En apenas segundos la consciencia de los imperiales y del sacerdote se redujo a la de un trapo inservible, todos habían sido afectados por la extraña somnolencia de aquel producto, y ahora eran incapaces de reaccionar ante palabras o ataques…
—¿Ahora? —preguntó Uren, mientras veía como el polvo se comenzaba a disipar.
—Sí…
Los mercenarios salieron de su escondite y se acercaron lentamente hacia el enemigo, vigilantes.
—Esperad… Todavía escucho la respiración de alguien. —Titubeó.
—Ah… Pobres ilusos. Veo que no conocéis los métodos de la academia para mermar esos patéticos intentos por controlar nuestro ser… —Tendriel desenvainó su espada y miró alrededor; Uryon y los soldados que había traído habían sucumbido ante la ingeniosa bomba… Ahora estaba solo contra el grupo de forajidos, pero en su voz se podía escuchar la certeza de un vencedor—. ¿Qué?, ¿me vais a hacer esperar?